EL SOMBRERÓN PRESTIDIGITADOR
Tan pronto la luna llena comienza
a esconderse en la pestaña oscura del menguante, los seis sentidos de Uxsicocoyotl
Nezahual, renacen sumiéndolo en una embriaguez vital que no termina hasta que
la luna nueva da paso a la plenitud luminosa de la luna llena, que repite,
desde tiempos inmemoriales, el ciclo de la vida y de las aguas magnéticas.
Luna nueva, luna alcahueta,
cómplice del viajero fantasmal, convertido en sombra de si mismo. Luna
silenciosa y oscura, ausente y cómplice de los susurros, que pronuncia Uxsicocoyotl, sin abrir los labios,
desde los más recónditos laberintos del deseo, hasta los oídos de las mujeres enamoradas.
Todos los meses el ritual se
repite de modo inexorable. Desde
la primera noche que la luna llena comienza a menguar, Uxsicocoyotl Nezahual, el que canta bajo las
ondas del rio, domesticando barracudas y pirañas, el que camina sobre el
reflejo de sus huellas de puma, el que descifra la mirada de los búhos y
copetones, y sabe hacerse fantasma detrás de las sombras alegres de las mujeres
que bailan, que ríen, que cantan, que aman, que cocinan, que viajan por el
hiperespacio y cuentan historias del transmilenio, comienza su periplo, por
aquí, por allá y por acullá, desperezando sus sentidos ultrasónicos de
prestidigitador.
Reparte a pie, en bicicleta o en patines, sin descanso durante días y
noches, su tarjeta negra con glifos plateados, que no se sabe como, letrados e
iletrados descifraban su actividad milenaria de fascinador mágico, para amenizar
nacimientos, piñatas, asados, matrimonios, primeras comuniones, cumpleaños, funerales,
inauguraciones, festivales, iniciaciones, grados y asambleas. En plazas y supermercados,
cines, estadios, bancos, parques, burdeles, iglesias, monasterios, clínicas,
baños públicos y privados, avenidas, calles, callejones, veredas, montañas
rusas, buses, aviones, trenes, barcos, submarinos, taxis, zorras entregando su
tarjeta a todo ser humano que aparezca en su camino.
El atardecer del
22, cuando el sol de los venados, quemaba la barriga de las nubes, por toda la
sabana, dando la entrada a la luna de las sombras, su piel reconoció la cadencia vaporosa del olor
a tierra húmeda, a pomarrosa, a hembra de piel oscura, trigueña, cobriza, como
la chozna de su tatarabuela, desde los siglos de los siglos, en la mirada
interminable de María Inmaculada Transito del Pilar Malinche Uricohechea
Matlalcihuatzin Panca, que hacia las compras de su boda.
La rodeo de
silabas silbadas en el tono marfil de los picaflores, su lengua de serpiente
penetro las mieles de su oído y María se detuvo como suspendida en el aire a
recibirle la tarjeta de presentación, que relampagueo con las luces del techo y
las estrellas nocturnas sobre el acertijo plateado de jeroglíficos mayas, que
ella descifro sin ninguna dificultad.
Uxsicocoyotl aquí y ahora se presentaba
como ilusionista, prestidigitador, hipnotizador, curandero y mago; pero en
realidad era hechicero, chamán, amahuta y curaca, como todos los hombres,
cobrizos, amarillos, rojos, negros y blancos, de su árbol genealógico, lo
fueron, uno detrás de otro, sin cambiar destinos, porque era imposible negar su
esencia de vida.
II
Su mama, su abuela, su
bisabuela y su tatarabuela, se miraron con una sonrisa de cuatro bandas, que
les tiño las mejillas de rosa y carmín, nieve y amarillo, cuando les mostro la
tarjeta, que un hombre invisible con olor a fuego dorado, le entregó en medio de
una vendaval de trinos agoreros, revoloteando por los corredores y almacenes.
-Viene para la boda-, les dijo
colocando la tarjeta sobre la mesa.
Lo que María no sabia era que el
mismo personaje asistió a la boda de todas y cada una, al funeral de todas y
cada una, y que asistirá a todos los sacramentos y celebraciones de todas y
cada una de las que faltan por nacer.
Ni que los glifos plateados
estremecieron los sentidos de sus ancianas, sumiéndolas en un silencio
apocalíptico, que gateo por los laberintos de sus memorias, hasta el cielo
profundo donde todas esconden ese secreto tácito de los sueños, fantasías, y experiencias
de su primer amor, y sonrieron con los ojos, con los labios, con la piel, con
el pubis y con el corazón nocturno de las fugas eróticas de las amantes eternas.
A tan solo tres días para la
boda, todo era un revuelo macondiano. María abría cajas, revisaba listados,
conversaba con sus amigas y madrinas, en medio de olores, cajones abiertos,
puerta giratorias, carreras y silencios, pero su sentido del equilibrio se
centraba en la mirada y la sonrisa de Uxsicocoyotl, y en el canto profundo de
una serenata oculta que él le repetía detrás de cada suspiro entre ritmos de
marimba alegre, negra, templando la macana con cada golpe sonoro de su corazón,
a medida que pasaban los segundos, como universos, recorriéndole la piel y los
anhelos. En ese momento se dio cuenta que tenia más ansiedad de reencontrarse
con el mago, aparecido de la nada en la cumbre de las escaleras eléctricas, del
centro comercial, que con su novio, Ananías Pombo y Mahecha, recién liberado de
la cárcel donde cumplió una ridícula condena por malversación de fondos y hurto
agravado, y quien, por la familiaridad con su tío Domingo, el obispo, se
encargo de organizar los papeles, las citas, los cursos y las ceremonias
religiosas en “El Paraíso”.
Las imágenes del encuentro se
sucedían una tras otra, convirtiendo ese momento fugaz en una eternidad
presente, diluyendo la figura de su prometido en el rostro enigmático e
impalpable del prestidigitador, que le recitaba al oído, rumores lejanos de
serenatas marinas y selváticas, con el vapor cálido de la esencia del nogal, en
cantos irrepetibles que le conmocionaban y excitaban la piel de su virginidad.
Desde el atardecer de su
encuentro, Uxsicocoyotl se convirtió en su sombra. Nunca lo vio perseguirla porque iba vestido
con un profundo traje negro como carbón y un sombrero más oscuro que la pólvora
oscura, de ala tan ancha que le curia todo el largo del rostro. Se hizo sombra
de árbol, sombra de auto, sombra de animal, cuadrúpedo mamífero o volador,
sombra de noche, dejando una estela romántica de notas melancólicas que salían de
su capador andino, con el que remonta los sueños de la luna oculta, y penetra
los vericuetos de la memoria de María que no dejaban de escucharlo cada vez que
el viento hacia malabares con su cabello, cada vez que escuchaba su nombre,
cada vez que su corazón latía, cada vez que su voz hablaba.
Montado en panteras o siameses
de largo cuello, o en hormigas negras, o mariposas nocturnas, cada noche entro
en su alcoba a rodearla de caricias, murmullos, sortilegios y deseos. Cada
noche, paseaba sus dedos de aire y calor, sobre su piel virginal y trigueña, joven
y amorosa, deflorando cada poro, descubriendo cada aroma, despertando cada
nervio como si templara un arpa de mil cuerdas sobre cristales de fuego.
Y, como todo día llega, antes
o después, y siempre todo plazo de cumple, Ananías Pombo, acolito por muchos
años de su tío, el obispo, la espero muy tieso y muy majo en las escaleras del
altar, hasta que apareció deslumbrante, nívea, mujer, en el portón, y floto
imperceptiblemente hasta pararse al lado de Uxsicocoyotl, disfrazado de banquero
solitario.
Durante la reunión, en medio
de risas y llantos y abrazos y promesas incumplidas desde el mismo verbo, y
envidias y habladurías, sobre su mesa de prestidigitador sus siete sombreros
brincaban expulsando grifos, sirenas, fénixs, galaxias, fuegos fatuos,
terodactilos de azúcar, triceratops de chocolate y amaranto, cascadas de leche
y miel, ante el asombro de niños y adultos; mientras él, bajo su mascara de
duende olmeca, soltaba un silbido, imperceptible al oído masculino, que
despertaba el afán de las mujeres, todas las mujeres, por reflejarse en los
ojos del mago, dispuestas a ser el amor de la siguiente luna nueva.
Y, en medio de las horas
nocturnas del jolgorio, la astucia se hizo cuerpo presente, y el hechicero, desplegando
su sombrero de ala ancha tan inmensa como la noche, se paro junto a María
Inmaculada Transito del Pilar Malinche Uricohechea Matlalcihuatzin Panca conjurando
un arbadakarba quechua, que abrió las dimensiones paralelas, y en medio de una
cascada de confetis, serpentinas, figuras de origami, pompas de jabón y
estrellas fugaces, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, con toda la
batería y la orquesta que llevo Uxsicocoyotl, como parte de su contrato de
servicios.
Ananías y su tío
cerraron la puertas del club, tan pronto el estruendo carnavalesco de
disparates se disipo, y comprendieron que el mago convirtió la fiesta, en su
propia fiesta, y se lanzaron en persecución de la pareja siguiendo las huellas
dejadas por el reguero de risas y carcajadas que dejaban los amantes en el
borde de los cerezos, en los chorros de luz y en los rincones de las arañas.
Corrieron sin
ton ni son, repitieron sus vueltas y revueltas sin fin, hasta que el obispo y el
novio, se vieron perseguidos por una sombra negra que los cubrió con su noche,
cuando la luna comenzaba su transito creciente.
Al final de todo
acontecimiento, de todo comentario y responso, como siempre, los invitados satisfechos
del buffet y el ponqué de novia, del champan y los licores salieron al jardín, intrigados
por el ritmo carnavalesco de castañuelas, que retumbaba como risotadas
desencajadas por todo el aire que los rodeaba, hasta que encontraron dos
marionetas de esqueletos, articuladas en los extremos de sus huesos, bailando a
todo timbal, suspendidas en las ramas del árbol del bien y del mal, en la mitad
del club “El Paraíso”.
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