5 de julio de 2013

DIBUJO Y TECNOLOGÍA, INCOMPATIBLES?

“Por su naturaleza formal, es un idioma universal, que establece contacto con cualquier espectador sin conocer su lengua.”


Desde el principio de las comunicaciones graficas hasta hoy, desde el comienzo de los avances técnicos, hasta hoy, el dibujo ha sido, es y será, la herramienta más importante de los artistas, los diseñadores, los investigadores y todo aquel que quiera ordenar sus ideas, para comenzar la construcción de sus proyectos.

         Dibujar es delinear, ordenar, “bocetar” una idea, para visualizarla. La esencia de dibujar y el dibujo mismo, no han cambiado desde que se comenzó a jugar con gestos caligráficos en el aire y en los muros, las arenas o el papel. Siempre ha sido y será la forma de expresarse más efectiva e inmediata, por la simplicidad de su lenguaje de puntos, líneas cortas, largas, gruesas, delgadas, ondulantes o zigzagueantes, luces y sombras con las cuales se pasa del boceto a la construcción de una estructura, una forma, o una obra de arte.


    
        
Dibujar nos lleva a conocer en detalle el mundo o la cosa dibujada, porque solo en la medida que aprehendemos como es podemos representarla. Además el manejo del dibujo, como lenguaje, permite concretar ideas técnicas y conceptuales como en la geometría, la ingeniería, la astronomía, el diseño. Y, la fantasía no encuentra límites, en la recreación histórica, mitología, e ilustración cuando se cuanta con las herramientas que ofrece el dibujo.  


               

         En ese poder sustancial del dibujo, anclado en su riqueza expresiva y conceptual se fundamenta la formación de todos los profesionales relacionados con el diseño, y de artistas a tal punto que el dibujante es un profesional a la altura de un músico, pintor o escultor.
         Esta práctica del dibujo se realiza de dos formas: representando el mundo externo y exteriorizando la imaginación.
   
                      
                                       

         La técnica y la formación del dibujante
         A pesar de ser el dibujo una acción casi instintiva, requiere esfuerzo y disciplina para educar la mano, el ojo y el cerebro, y es absolutamente necesario aprehenderlo, enriquecerlo y dominarlo, porque no es posible para ningún estudioso de cualquiera de las áreas del arte y del diseño, desconocerlo.
         Lograr una caligrafía personal obliga mantener activas las prácticas manuales, imaginativas y visuales hasta convertir su trazo claro y personal de comunicación gráfica, en su primer lenguaje.
        
           
                    

Rembrandt autoretrato. Plumilla                                                                   Honore Daunier : Abogado y cliente, lápiz

El “boceto” es fundamental, aun para los diseñadores que manejan y promueven los avances tecnológicos, ellos realizan “apuntes” para verificar la utilidad. Esto demuestra ser una actividad sobreviviente ante las nuevas herramientas digitales.

Si lo imagino, lo puedo hacer!, y al dibujarlo se da el primer paso de pasar del imaginario al mundo real. Proyectar requiere experimentar las posibles soluciones para desarrollar su idea, por medio del “boceto” para definir su concepto creativo, representando la idea en un soporte tan elemental como lo es el lápiz y el papel. Verificar la utilidad del croquis ó boceto; forma parte del desarrollo meteorológico básico para la realización de un diseño.
        

       
 Hoy es inevitable ser parte de la tecnología. Pasos sucesivos de lenta escalada se dieron hasta llegar hoy al Internet. Esa avasalladora tecnología que pretende “fabricar” diseñadores, está minimizando nuevamente la visión de la importancia del dibujo y con él la perdida de originalidad y la falta de capacidad para desarrollar y profundizar las ideas “creativas”, se limita a intercambiar o adaptándose a lo que encuentra en “bibliotecas” que les “facilita” su trabajo convirtiéndose en repetidores, y en el mejor de los casos “rediseñadores”, por la falta de imaginación que nace, crece y se multiplica con el ejercicio del dibujo.




Santiago Ibáñez: El regreso de los chamanes. Carbón sobre papel

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